domingo, 28 de junio de 2009

EL VIAJE IV

Volví caminando hasta el hotel. Fue una despedida un tanto fria. Intercambiamos los números de nuestros móviles y le prometí llamarla al dia siguiente.
Una vez en la habitación, hice un repaso de lo ocurrido en las ultimas horas. El encuentro, la cena, la copa y el escarceo posterior.

A veces, lo evidente suele ser la verdad, y en este caso, al menos tal y como lo veía, lo evidente era que una señora de buen ver había querido tener una aventurilla sin complicaciones, pero en el momento de la verdad, se había arrepentido quizás por algún prejuicio, no lo se, pero tuve la sensación de que había estado jugando conmigo.
Yo tenia comprometidos los almuerzos de los próximos días, así que la llamaba al terminar mi trabajo y me recogía en el hotel. Siempre me esperaba en la Brasserie del propio hotel y después de tomar algo salíamos a pasear o a recoger su coche, según lo que hubiésemos decidido hacer esa noche.
Ya conocía casi todos los sitios que visitamos, pero no todos los días se tiene una guía autóctona y en el fondo me daba un poco igual donde fuésemos. Solo quería estar con ella
Me llevó a pasear por la orilla del Sena, a visitar el Sacre Coeur. Caminamos por las calles de Montmartre cruzandonos con bohemios de dudoso aspecto y con pintores callejeros que iban a la caza de turistas para venderles alguno de sus cuadros o hacerles algún boceto al carboncillo, ejecutado en unos minutos, en los que apenas se distinguía algún rasgo que recordase al modelo. Pero…..era Paris.

En esos días le note un cambio de actitud. Tenia momentos de euforia en los que se transformaba en una veinteañera caprichosa y encantadora a la vez y otros en los que sin motivo, se encerraba en si misma, dejaba de hablar y parecía transportarse a otro mundo.



No habíamos vuelto a hablar de lo ocurrido en el coche. Ella se había ido mostrando mas cariñosa a medida que pasaban los días, pero ninguno de los dos dio ningún paso mas allá de furtivos besos y caricias.

La ultima tarde, yo me marchaba al día siguiente, me propuso ir al Boulevard Saint Germain. Es la zona de estudiantes y vida nocturna. Visitamos algunos pubs que tenían la peculiaridad de que se fabricaban su propia cerveza y nos bebimos unas cuantas. Me invitó a cenar en una Brasserie y tomamos café en el Café de Flore uno de los emblemáticos de Paris por haber sido reducto habitual de Jean Paul Sartre o Albert Camus. A continuacion pasamos a Les Deux Magots que está junto al anterior y donde Sartre y Hemingway organizaban tertulias.




Salimos de allí y nos dirigimos caminando hacia la Isla de la Cite. Celebrábamos la despedida – entonces yo no sabia hasta que punto – y habíamos tomado bastante alcohol, así que no nos vendría mal andar un rato.

Cuando cruzábamos por delante de Notre Dame, miro hacia la monumental basílica, dejó de hablar y pareció sumirse en uno de esos trances en los que se iba a otra realidad. Respeté su silencio y al cabo de unos minutos me dijo

- Llévame al hotel
- ¿Estas segura? – le pregunté
- No hagas preguntas absurdas y llévame al hotel
- De acuerdo

Estábamos relativamente cerca, así que continuamos caminando en silencio.

En esos momentos pensé que el que realmente no estaba seguro era yo. Era nuestra ultima oportunidad, pero mi primera fijación de acostarme con ella había cambiado. Obviamente no iba a decir que no a la proposición, pero ya no era solo sexo. Estaba enganchado a esa mujer y quería algo mas.

En el vestíbulo del hotel, el recepcionista nos dirigió una sonrisa entre cortés y de complicidad. Me había visto llegar todas las noches solo.
Ya en la habitación, abrió el balcón y observamos la majestuosidad del Louvre, los escasos coches que circulaban en esos momentos por la Rue de Rivoli.
Habíamos cruzado cuatro palabras desde hacia rato. Nos abrazamos y entramos.

Es difícil describir lo que ocurrió. Nuestros cuerpos se entregaron, mi alma también. Ella parecía ir y venir de su mundo y en algún momento vi caer lágrimas de sus ojos.
Cuando acabamos me dijo

- Gracias por estos días

Fueron las ultimas palabras que escuche salir de su boca.

Estaba amaneciendo, me volví en la cama y vi que ya no estaba. Se oían sirenas a lo lejos y el frío del otoño entraba através del balcón abierto.

Pensé que Marie se había marchado mientras yo dormía. No le gustaban las despedidas.

No recordaba que el balcón se hubiese quedado así. Me levanté para cerrarlo y las sirenas dejaron de oírse allí mismo.

Al asomarme vi un cuerpo de mujer tendido en el asfalto, inmóvil, desnuda, en una postura grotesca y en un charco de sangre.

La reconocí. Todavía podía oler el aroma de su piel en la mia.

Comencé a temblar y me puse a llorar como un niño.

Fin

H. Chinaski