martes, 16 de junio de 2009

EL VIAJE

Me desperté inquieto. Otro madrugon para llegar a tiempo al aeropuerto.
La maleta preparada. Un beso de refilón y la promesa de la llamada cuando llegase a mi destino.
Había estado ya dos veces en la ciudad de la luz, pero sentía la misma desazón que con todos los viajes al extranjero cuando iba solo.
Ya en el aeropuerto, observe a los que, como yo, iban a emprender vuelo hacia algún destino. Caras de sueño, una pareja joven que parecía iniciar su “viajedelunademiel”, ella hablando sin parar, el mirando descaradamente las piernas de una rubia con aspecto de ejecutiva. Mal comienzo, pensé.
Por fin se abrió la puerta de embarque y me acomode en mi asiento. Por suerte no había mucho pasaje y pude hacer el viaje solo. Estoy bastante harto de las conversaciones con desconocidos que intentan despistar la “vuelofobia” a base de machacar al compañero de asiento.
Fue un vuelo agitado, el turbo hélice se movía como un tiovivo y no inspiraba mucha confianza, pero por fin, después de dos horas llegamos a Orly.
Recogí mi maleta e indique al taxista la dirección del hotel.
Siempre que he viajado a Paris he elegido el Hotel Du Louvre para la estancia. No es espectacular pero si encantador, es de esos hoteles que te engancha. Reconozco que, si puedo, me gusta ser algo sibarita y el hecho de abrir el balcón de la habitación y tener frente a ti el Louvre ….






Me di una ducha rápida y salí a iniciar las entrevistas que me habían llevado hasta allí.
Para desplazarme, siempre tomaba el metro o el RER (una especie de tren de cercanías) si tenia que salir hacia las afueras. El metro de Paris siempre me ha resultado fascinante. Es un escaparate perfecto para conocer y observar la miscelánea de gente que vive en esa ciudad. En tu vagón te puedes encontrar al drogadicto que con la mayor educación te pide unas monedas, anunciándote de paso que es seropositivo, o al mimo que organiza su espectáculo, o a un señor con aspecto normal, que transporta una caja, la despliega y de ella salen un organillo y un pequeño mono que empieza a hacer piruetas al son de la música. En resumen fascinante.
Después de un día bastante agotador, decidí regresar al hotel, cambiarme y salir a pasear

Cruce por la Plaza del Carrusel, en el museo y avance por el Jardín de las Tullerias que, en otoño, invitaba a sentarse en uno de sus bancos y dejarse llevar por la laxitud del momento. Desde los jardines, se divisaba el Obelisco que era el punto de referencia para acercarme a donde quería ir.
Mi destino era una de las tiendas de alimentación emblemáticas de Paris, Fauchon.
Fauchon representaba un paraíso para un buen gourmand y para mi era visita obligada cada vez que visitaba la ciudad, pero en esa ocasión, el destino quiso que no llegase a entrar en la afamada tienda.


Casi sin darme cuenta, había anochecido. Mientras estaba mirando uno de los escaparates de la tienda, se me acerco una mujer, de unos 35 años, vestida de forma algo informal, con esa elegancia natural propia de las parisinas, atractiva pero no guapa y que desprendía un gran magnetismo.
Obviamente de todos estos detalles me fui dando cuenta mas adelante.
Cuando llego junto a mi, me espeto “Excuse moi monsieur ¿voulez vous venir avec moi?” “Perdón señor ¿Quiere usted venir conmigo?”
Al girarme para ver quien me estaba hablando, me quede sin saber que decir, y al momento le conteste “Oui”.
Hoy, todavía no se por que lo hice, pero ha habido ocasiones en mi vida que he hecho, sin pensarlo, lo contrario a lo que dicta el sentido común y no tengo motivos para arrepentirme.
Claro que en este caso, al momento pensé: ¿es una prostituta?, ¿piensa que lo soy yo?, ¿es una policía? Eres gilipollas, no sabes donde te metes.
Pues no, no acerté en ninguna de mis elucubraciones excepto en la última............
Continuara

H. Chinaski